La primera mitad de la oración que Jesús nos enseñó tiene que ver con el nombre, el reino y la voluntad de Dios: que sea honrado su nombre, establecido su reino y hecha su voluntad. Y así, cuando hayamos hecho del servicio de Dios nuestro primer interés, podremos pedir que nuestras propias necesidades sean suplidas y tener la confianza de que lo serán.
Si hemos renunciado al yo y nos hemos entregado a Cristo, somos miembros de la familia de Dios, y todo cuanto hay en la casa del Padre es nuestro. Se nos ofrecen todos los tesoros de Dios, tanto en el mundo actual como en el venidero. El ministerio de los ángeles, el don del Espíritu, las labores de los siervos, todas estas cosas son para nosotros. El mundo, con cuanto contiene, es nuestro en la medida en que pueda beneficiamos. Aun la enemistad de los malos resultará una bendición, porque nos disciplinará para entrar en los cielos.
Si somos "de Cristo", "todo" es nuestro. *1 Corintios 3:23, 21. Por ahora somos como hijos que aún no disfrutan de su 95 herencia. Dios no nos confía nuestro precioso legado, no sea que Satanás nos engañe con sus artificios astutos, como engañó a la primera pareja en el Edén. Cristo lo guarda seguro para nosotros fuera del alcance del despojador. Como hijos, recibiremos día tras día lo que necesitamos para el presente.
Diariamente debemos pedir: "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy". No nos desalentemos si no tenemos bastante para mañana. Su promesa es segura: "Vivirás en la tierra, y en verdad serás alimentado".
Dice David: "Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan".
El mismo Dios que envió los cuervos para dar pan a Elías, cerca del
arroyo de Querit, no descuidará a ninguno de sus hijos fieles y abnegados. Del que anda en la justicia se ha escrito: "Se le dará su pan, y sus aguas serán
seguras". "No serán
avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados".
"El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" El que
alivió los cuidados y ansiedades de su madre viuda y lo ayudó a sostener la
familia en Nazaret, simpatiza con toda madre en la lucha para proveer alimento
a sus hijos.
Quien se compadeció de las multitudes porque “estaban desamparadas y dispersas", *Salmo
37:3 (VV, 1909). 25; Isaías 33:16; Salmo 37:19; Romanos 8:32; Mateo 9:36, sigue
teniendo compasión de los pobres que sufren.
Les extiende la mano para bendecirlos, y en la misma plegaria que dio a
sus discípulos nos enseña a acordarnos de los pobres.
Al Orar: "El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy", pedimos para los demás tanto como para
nosotros mismos. Reconocemos
que lo que Dios nos da no es para nosotros solos. Dios nos lo confía para que alimentemos a los
hambrientos.
De su bondad ha hecho provisión para el pobre. Dice: "Cuando hagas comida o cena, no llames
a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos. . .
Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos;
y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será
recompensado en la resurrección de los justos".* Salmo
68:10; Lucas 14:12-14. 96
"Y poderoso es Dios para hacer que abunde en
vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo
suficiente, abundéis para toda buena obra". "El que siembra escasamente, también
segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también
segará". *2 Corintios 9:8, 6.
La oración por el pan
cotidiano incluye no solamente el alimento para sostener el cuerpo, sino
también el pan espiritual que nutrirá el alma para vida eterna. Nos dice Jesús: "Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a
vida eterna permanece". "Yo
soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá
para siempre". * Juan 6:27, 51. Nuestro
Salvador es el pan de vida; cuando miramos su amor y lo recibimos en el alma,
comemos el pan que desciende del cielo.
Recibimos a Cristo
por su Palabra, y se nos da el Espíritu Santo para abrir la Palabra de Dios a
nuestro entendimiento y hacer penetrar sus verdades en nuestro corazón. Hemos de orar día tras día para que, mientras
leemos su Palabra, Dios nos envíe su Espíritu con el fin de revelarnos la
verdad que fortalecerá nuestras almas para las necesidades del día.
Al enseñarnos a pedir
cada día lo que necesitamos, tanto las bendiciones temporales como las
espirituales, Dios desea alcanzar un propósito para beneficio nuestro. Quiere que sintamos cuánto dependemos de su
cuidado constante, porque procura atraernos a una comunión íntima con él. En esta comunión con Cristo, mediante la
oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su Palabra, seremos
alimentados como almas con hambre; como almas sedientas seremos refrescados en
la fuente de la vida. DMJ/EGW
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